Morante era la viva imagen de la felicidad porque había visto cómo se cumplía un sueño que llevaba rumiando desde aquella tarde del alumbrado de la Feria del 99 con una corrida de Guadalest. Aquel día fue llevado en hombros hasta el hotel Colón y así, veinticuatro años después, se repetía la historia. Casi un cuarto de siglo soñando con salir otra vez por la puerta mayor del toreo y esta vez, además, lo hacía tras haber cortado un rabo; rabo que no portaba porque se lo había lanzado a Rafael de Paula al término de la vuelta al ruedo.