Se llamaba Ligerito, Morante lo recibe con faroles para que borde la verónica, estalle la música y sea sólo el preámbulo de una obra de ingeniería artística que será recordada por los siglos de los siglos. Lo lleva al caballo por cante grande, se pica con el quite de Urdiales y tira de gaoneras, la plaza ya es un clamor y la faena de muleta será una disertación de tauromaquia en la que se combina el arte con el dominio, el cartel de toros con la forma de irse de la cara, redondos muy enfibrado, como en trance, naturales inenarrables, trincheras, pases de la firma, algún kikirikí con sones de la Alameda, la estocada arriba, el toro rodado, los dos pañuelos a la vez, pero la plaza quiere más y José Teruel accede y saca un tercer pañuelo. El rabo para Morante, como aquel del 64 al Benítez con un toro de Núñez o el del 68 con uno del Marqués a Puerta y como más cercano el que cortó Ruiz Miguel en el 71 a un toro de Miura.



